Año Litúrgico
IN
CONCEPTIONE IMMACULATA B. MARIÆ VIRGINIS
Solemnidad,
VIII Diciembre
Seq. S.
Evangélii sec. Lucam 1, 26 - 28
(Léctio libri
Sapiéntiae Prov. 8, 22 – 35)
Ornamentos
azules
Festejamos hoy el momento
en que empezó a existir la Virgen bienaventurada o, mejor aún, el privilegio
singular por el cual, desde el primer instante de su concepción, se vio, en
virtud de los méritos de Cristo, libre de toda mancha de pecado original.
Destinada para ser la Madre de Dios hecho carne. María debía verse
completamente inmune del dominio de la serpiente infernal, cuya cabeza había de
aplastar, según la profecía del Génesis.
Esta fiesta se nos
presenta íntimamente relacionada con la de la Natividad de la Virgen, 8 de
septiembre; pero, colocada en los umbrales del Adviento, aparece como la aurora
del sol de la noche de Navidad. Ya en el siglo IX se celebraba en los
monasterios de Irlanda. Algo más tarde, los monjes benedictinos, discípulos de
San Anselmo de Cantorbery (s. XI), y los franciscanos, capitaneados por Duns
Scoto (1308), la expandieron por Inglaterra y el Continente.
Un Papa franciscano,
Sixto IV, erigió en el Vaticano la capilla Sixtina en honor de la Inmaculada
Concepción. Esto era en el siglo XV. Desde dos siglos antes, habían empezado a
fundarse en España templos, gremios, cofradías, bajo la advocación de la Inmaculada.
Durante dos siglos, España preparó la suspirada definición, y eligió a la
Inmaculada por celestial Patrona de España y de sus Indias.
Finalmente, el 8 de
Diciembre de 1854, Pío IX proclamó oficialmente el dogma de la Concepción
Inmaculada de María, haciendo obligatoria en toda la Iglesia esta bella Misa,
que con tanta poesía nos describe los divinos encantos de la Madre de Dios.
Es éste un día en el cual
debemos regocijarnos, con nuestra Madre (como nos dice el Introito), pidiendo
que, por su intercesión, nos veamos libres de nuestros pecados y seamos
favorecidos con las gracias que, de una manera tan abundante, derramó sobre
ella nuestro Señor. María es la gloria del cielo, la alegría de la Iglesia, la
honra del linaje humano. La fiesta de hoy debe aumentar en nosotros la devoción
a María y estimularnos a la imitación, sobre todo, de su pureza.